Turquía - Día 3

Domingo, 18 de septiembre de 2011

Me despierto después de toda la noche en el bus. En algún momento seguro que me he quedado dormida, pero la sensación que tengo es no haber descansado demasiado. Me duele el cuello y ya no soy capaz de volver a dormir. Poco a poco se despiertan los demás. Todavía es noche cerrada, pero muy pronto vemos clarear el cielo a nuestra izquierda.

Poco después de salir el sol bajamos a desayunar. Hace bastante fresco y además estamos destemplados por la falta de sueño. Como vemos que el conductor del bus se está metiendo un buen desayuno entre pecho y espalda decidimos aprovechar para tomar un café para entrar en calor.

Esta foto es de unas salinas que hay de camino a Capadocia. Visto desde el bus parecía un lago, pero lo que en principio parecían reflejos en el agua, resultó ser sal y nada de agua. Muy bonito.


De vuelta en el autobus buscamos la posición GPS y nos enteramos de que aún nos quedan 3 horas para nuestro destino. Ayer nos retrasamos demasiado al salir de Estambul...

El azafato, que por cierto es todo simpatía, hace una ronda repartiendo bollos y bebidas calientes. Café o té. No son las 8:00 y ya me he tomado dos cafés. Para comer tenemos aún unos bollos que compraron los niños anoche mientras nosotras íbamos al baño (previo pago de 1TL cada una, claro) Está claro que nuestra alimentación deja mucho que desear...

La gente del autobus empieza a despertarse y a nosotros no se nos ocurre otra cosa que mirar los pelos de la gente. Toda la noche con la cabeza apoyada en una mala postura puede ser el final de la dignidad de una persona. Una de las cosas de las que me arrepentiré siempre es de no haber tomado fotos de los dos pasajeros que estaban dos asientos delante de Ana y Javi. De verdad que era para partirse de risa. De hecho, nosotros tuvimos que intentar contenernos porque nuestras risas empezaron a mosquear a los italianos que iban delante nuestro. El italiano que se sienta delante de Ana y yo hemos charlado a ratos durante la tarde-noche de ayer, casi siempre con gestos cuando algo nos hacía gracia. Parece majo.

Nuestro destino es Ürgüp, pero la gente empieza a bajarse bastante antes. Al final, cuando llegamos a Goreme, nos quedamos los cuatro solos en el autobus de lujo. Estamos ya bastante espabilados así que vamos charlando y riéndonos de nuestra gran noche.

En la estación nos está esperando un coche que nos llevará a la agencia, donde nos vamos a encontrar con nuestro guía. Cuando llegamos nos invitan a desayunar (tercer café esta vez con bollos y panes típicos) También aprovechamos para lavarnos un poco y cambiarnos de ropa.

Cuando ya nos hemos cambiado de ropa y hemos desayunado aparece Shelma, nuestra guía. Habla un español casi perfecto. De primeras me deja alucionada la vitalidad que tiene y la efusividad con la que habla. No sé si es que ella está muy despierta o yo muy dormida.

Vamos a estar dos días con ella y con el conductor del coche que nos ha ido a buscar a la estación.

La parte trasera del coche es igual que la del coche que nos llevó ayer por la tarde a la estación de Estambul. Es decir, tiene cinco asientos: tres mirando hacia adelante y dos sillones individuales mirando a los otros tres.

La primera parada la hacemos en un mirador que está a pocos minutos. Bajamos con Shelma, que nos explica cómo se formaron los conos volcánicos o, como comunmente se conoce, las chimeneas de las hadas, que básicamente son formaciones volcánicas creadas hace la tira de tiempo. Están formados por distintos materiales que expulsaron los volcanes en su día, y que tienen distintos grados de erosión. Algunas piedras se han ido erosionando con el paso de los años y otras se han mantenido como estaban porque son materiales más sólidos. De ahí que muchos de los conos tengan sombrero. Si le echas imaginación, algunas de las formaciones tienen formas conocidas. Clarisimamente, en persona digo, en la foto que véis ahora está Yoda.


La siguiente parada es en otro mirador desde el que se ve el castillo de Ortahisar. Esta ciudad estaba originariamente construída en la roca. Eran, y siguen siendo, casas-cuevas en las que siempre se mantenía una buena temperatura y en las que podías ampliar los metros de viviendo según te conviniera. Se excavaban las paredes para crear nuevas habitaciones e incluso ciudades subterráneas.


La última visita antes de ir a comer (nosotros imaginamos que será un picnic del estilo del de Tanzania, es decir comida a la caja con cuatro cosas frías y un zumo) es el museo al aire libre de Goreme. En varias de las cuevas-iglesias nos juntamos con otro grupo de cuatro españoles y con su guía. Shelma me parece muy buena como guía, te cuenta la historia y se ve que le gusta lo que cuenta. En cierto modo lo vive. Una de la veces que nos juntamos con el otro grupo su guía nos exclica uno de los frescos de la pared diciendo: "este... bicho, o lo que sea porque no se sabe bien lo que es, puede significar bien que..." Cuando se marchan Shelma nos cuenta algo un poco más real sobre el bicho. Por lo menos algo con lógica.

Cuando terminamos la visita nos dicen que vamos a ir a comer. Nuestra sorpresa es mayúscula cuando entramos en nuestro coche y nos dicen que vamos a ir a un restaurante. Pinta bastante bien. Nuestra mesa está en el patio, justo al lado del río y escondida en las sombras de un gran porche. Pedimos de beber sólo porque la comida ya está elegida. Nos traen una sopa de trigo con menta o hiervabuena y garbanzos que a mí, personalmente, no me gusta nada. Después una ensalada con rúcula, tomate y remolacha. No me gusta la rúcula, así que me como sólo el tomate (el de Santi y el de Ana también, que a ellos no les gusta) Por último traen la brocheta con pan de pita, que esta sí, está muy rica.



Estamos en un ambiente idílico, al lado del río, con la temperatura perfecta, con comida y bebida, viendo distintos animales paseando por allí: patos, gatos... avispas... Lo normal para un sitio húmedo y con calor, vaya. Al principio sólo es una avispa la que vemos. Ana se empieza a poner nerviosa y a dar manotazos cada poco. Al final se levanta y empieza a comer de pie al lado de la mesa, mientras espanta a las avispas con las manos. Finalmente coge su plato y su vaso y, muy digna ella, se dirige al metre para decirle que si sabe contar que cuente con una menos que ella se va para adentro. Javi la sigue enseguida. Y Santi y yo decidimos quedarnos... el tiempo justo de que una avispa se cuele en mi vaso de coca cola. Saco la avispa, cojo el vaso y el plato y nos vamos para adentro. Allí nos reunimos de nuevo con Ana y Javi.

Sólo falta el postre que a mí sí me gusta, aunque está muy muy dulce. A Javi no le gusta mucho, pero (creo reordar) no deja nada en el plato (si dejaste algo, por favor dilo Javito)

Después de la comida volvemos a las excursiones. Vamos a Pasabag donde vemos la ermita, que no es otra cosa que un cono volcánico excavado por dentro. En la parte superior se supone que vivió el ermitaño durante un porrón de años seguidos. Después vamos a visitar las cuevas, donde por cierto, habría agradecido llevar otro calzado. Ana y yo llevamos las mismas sandalias (ella en beige y yo en negro) y vamos las dos igual de incómodas. Supongo que os podéis hacer una idea de cómo van nuestros pies si os digo que hace calor, llevamos todo el día con las sandalias puestas y estamos paseando por una zona de piedras volcánicas que se erosionan con mucha facilidad. Pues eso. En la foto sólo se ve que tenemos los pies y las sandalias llenas de polvo, pero la realidad es que con el sudor y la arenilla se ha formado un barro asqueroso en la planta del pie. Yo sólo tengo ganas de quitarme el calzado y meter los pies, primero en agua para limpiarlos, y segundo en unas mullidas zapatillas de andar por casa.


Aún así no pierdo mi sentido de la aventura (por favor, que he subido al Kilimanjaro) y entro en las cuevas. Ana no quiere tentar mucho a la suerte por la espalda, y se queda abajo, pero la verdad es que tampoco se ha perdido mucho. A mí porque me gusta trastear, pero se ve lo mismo que desde fuera...


Antes de marcharnos subimos a un alto para ver las vistas. La excursión está llegando a su fin y decidimos alargarla un poquillo aquí arriba.

La última parada antes del hotel es el Valle Rojo. También es de subir y bajar por la arena, pero decidimos esta vez quedarnos donde estamos porque nuestras sandalias tienen pinta de querer matarnos en esos terraplenes. Los niños se van a inspeccionar el lugar y nosotras las tiendas. En una de ellas el dueño nos regala un ojo de esos azules para quitar el mal de ojo con un imperdible ara que lo llevemos puesto. A mí me lo pone directamente en la camiseta a la altura del pecho (ejem) y Ana enseguida pone la mano porque prefiere ponérselo ella misma. Me ha parecido muy majo el chico y como quiero comprar un regalo para una amiga vuelvo a esta tienda para comprar un colgante para el móvil con el ojito. Cuando voy a pagar me dice que no que es un regalo. Le digo que querio pagarle y me dice que no. Que es un regalo para mí. Mala suerte para mi amiga. Se acaba de quedar sin regalo...

Al terminar el día Shelma nos deja en el hotel. Se trata de una casa-cueva que no es el mejor sitio en el que he dormido pero que está en un entorno con mucho encanto.


Cogemos una habitación doble para cada dos pero al final terminamos cambiándolas porque Ana prefiere la que tiene la ventana grande. Así pues volvemos a cargar con la maleta hasta la otra habitación. De nuevo tenemos intimidad casi cero (esto me recuerda un poco a Tanzania) a la hora de ir al baño. No hay puertas y lo único que separa al que está dentro del que está fuera es una cortina roja muy tupida. La de nuestra habitación estaría bien, si no fuera porque cuando abres la puerta de la calle la cortina se engancha en el pomo y se abre al tiempo que se abre la puerta. Muy divertido... (por favor es imprescindible leer el muy divertido con tono irónico. Si no, no sirve de nada)

Por fin llega el momento esperado. La ducha. No hay cortinas pero no me importa. Sólo quiero abandonarme debajo del agua durante un rato y frotar bien los pies. Vale. No hay agua caliente. Bajan a preguntar y nos dicen que se ha estropeado la electridad y que no se puede calentar el agua. Sólo tienen placas solares que la va templando (en fin, ya es casi de noche, no sé de qué nos sirven las placas solares) Me ducho con agua fría, me cambio y después de un rato bajamos a pasear por Ürgüp.

Nos compramos un flash de camino a la plaza (¡qué malo está!) y paseamos por el centro de la ciudad. Un perro nos empieza a seguir y nos acompaña durante un ratillo, pero al final encuentra algo de comer y nos abandona.

Tardamos en decidirnos por un sitio para cenar y al final terminamos en una especie de italiano donde comemos pizzas y pasta sentados en una terraza (no estoy segura de que haga mucho tiempo de terraza hoy, pero aquí estamos, cenando en la calle)



Antes de volver al hotel los niños y yo nos compramos un helado y nos lo comemos fuera mientras Ana se va a la habitación. Cuando me lo termino voy a la habitación de Ana para darle un masaje en la espalda. Realmente no creo que pueda hacer nada en su espalda, pero al menos la he sobado un poco, que a ella le encanta.

Una vez me meto en la cama y me tapo con el enorme edredón me doy cuenta de que la cama es más cómoda de lo que yo pensaba. Leo un rato, pero enseguida lo dejo y decido disfrutar de la tranquilidad que da estar cómoda en una cama y tapada hasta la cabeza. Creo que hoy voy a dormir muy bien...

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